Destruir el closet, una utopía
- InSEXpertos Es hora de la charla
- 15 ene 2020
- 5 Min. de lectura
Por Luis Fernando Jarillo
15 de enero, 2020
La caverna
Asfixia. Hay un vértigo atrapado en mi garganta, un nudo que se cierra dentro de mi corazón y se lo devora en silencio. El closet existe porque nuestra sociedad solo nos permite vivir una sexualidad hegemónica, la hetero, la masculina, y margina otras orientaciones sexuales, otros géneros y sus expresiones. Esto nos obliga, a los ajenos, a escondemos bajo mentiras, omisiones y máscaras para no perder nuestros derechos más básicos. En los casos graves construimos vidas paralelas y deseamos ocultar algo que no decidimos ser y que, sin embargo, morirá con nosotros como nuestra propia sangre. Es un sitio en el que se experimenta vergüenza y miedo.
México es el país con mayor número de crímenes de odio en el mundo tan solo superado por Brasil. Aquí te matan con saña y alevosía por pertenecer a la población LGBTI+. Tan solo en 2018, de acuerdo con un informe de la organización de la sociedad civil Letra S, asesinaron al menos a 92 personas, la mayoría mujeres transgénero y hombres gay de manera violenta. Veracruz es uno de los estados más heridos, el año pasado casi cada mes hubo noticias de transfeminicidios y asesinatos cometidos por homofobia.
Cuando éramos unos niños y entramos a la pubertad no teníamos estos datos. El temor era hacia el entorno más próximo: el rechazo de los padres, nuestros amigos, el de nosotros mismos. Nos temimos. Pensamos en la posibilidad de ser expulsados de nuestras casas, o algo más simple: que el chico que nos gustaba se diera cuenta y sufrir alguna humillación. Nos odiamos. El closet se construye de manera estructural, por todos los flancos para ocultar las disidencias; se sufre cuando nos socializamos y probamos ese pequeño aliento de libertad que se vive en nuestra niñez, en un patio de escuela o en las calles de la cuadra.
Las homosexualidades las vivimos de maneras distintas, pues se nos atraviesa la clase social, la edad, el concepto de raza, nuestro sistema político, etc. Ninguna, en un principio, tendría que ser más válida que otra, pero hay las que se reconocen bajo la discriminación y son activistas de calle que piden, sobretodo, no morir más. Debemos prestarles mejor atención y escuchar muchas de sus voces.
Para mí la adolescencia significó un doble esfuerzo; primero fue descubrir mi sexualidad en soledad y sin ningún tipo guía. En la escuela se criminalizó el aborto y se estigmatizó a las personas que viven con VIH; en la iglesia me dijeron que me iría al infierno, ¡imagínate la culpa! Con una cultura conservadora como la nuestra eso difícilmente va a cambiar. El segundo reto fue encontrar un equilibrio entre ser auténtico y al mismo tiempo no ser hostigado por mi entorno.
Nunca fui masculino, a la fecha no tengo gran fuerza física, así que tanto en la primaria y sobre todo en la secundaria, quede excluido de las dinámicas de los niños de mi edad (...)
Nunca fui masculino, a la fecha no tengo gran fuerza física, así que tanto en la primaria y sobre todo en la secundaria, quede excluido de las dinámicas de los niños de mi edad: ellos hacían fuercitas, jugaban a las luchas, hablaban y definían sus gustos en el fútbol, también descubrieron el porno hetero y una parte considerable comenzaba demostrar su “hombría” con vejaciones a las mujeres y a los compañeros más “débiles”.
Yo era callado, me junté siempre con niñas y me gustaba One Direction y Katy Perry. Los prejuicios aún provocan que sienta un poco vergüenza por haber escuchado a la boyband. Era sensible y si lloraba me llamaban maricón o puto. De alguna forma, el closet estaba allí para protegerme, como Alcatraz a sus prisioneros, y no conocí otra forma de vida sino hasta mucho tiempo después. El closet es la caverna de Platón de la sexualidad.
Ahora me doy cuenta que mi caso no era el único y que muchos vivieron la escuela, esa promesa del Estado para formar a las juventudes, como un ambiente hostil. Tuve suerte, no me humillaron (tanto). No perdí una de las etapas más importantes de mi vida porque también tuve (y tengo) privilegios por ser un hombre, por vivir en las periferias de la Ciudad de México y porque crecí en una familia funcional en la que he sido feliz la mayor parte del tiempo. Pero se fueron años que pudieron ser dichosos, en su lugar desarrollé inseguridad y sembré una nostalgia: de pronto siento un vuelco extraño que me late en el pecho, son los momentos y las personas que pudieron ser recuerdos y el miedo me quitó.
Otras homosexualidades se viven en peores condiciones pero auténticas. No se trata de romantizar el closet, nadie tiene porqué ser valiente ante la discriminación. Al finalizar la segunda década del siglo XXI los activistas denuncian con fuerza la homofobia de las aulas; las luchas feministas, un sistema educativo que encubre violadores y feminicidas.
Una vez fuera, la libertad como una postura política
Ser homosexual significa muy probablemente una cosa: terminar la adolescencia sin llegar a conocer ni un poco de ti y como joven adulto empezar a descubrir tu verdadera identidad. Llegó para mí un momento en el que resultó imposible seguir reprimiéndome por tanto tiempo. Arañaba con las uñas una parte que había escondido siempre, quería abrazarla y entregarme a ella: experimentar una relación homosexual, jugar con mi expresión de género o tan solo poder decir delante de mis amigos cuando un chico me gustaba. En la universidad soy más libre pero al llegar a mi casa, con mi familia, volvían las máscaras.
Luego sucedió la salida, el recuerdo es agridulce. Dije a mis padres que era bisexual para no decir que era gay y ahora veo que fue un error. Me dijeron que me aceptaban pero en los ojos de mi padre había cierta desilusión y preocupación; mi mamá reconoció que no tenía información y que su educación, la que le dieron los abuelos en casa o los maestros en su escuela, no le habían dado las herramientas para saber actuar y guiar a un hijo homosexual. El trabajo con los padres puede desgastar emocionalmente, a veces no vale la pena, nunca es justo pero nos toca explicarles, ¿quién más sino?
Hace tan solo unos días volvió esa situación con mis primos. Ellos son un par de años más grandes y uno es más joven; viven en un contexto diferente pero aún así tuve un miedo que se enredó en mis vértebras como un ciempiés. Esta es la escena: Yo, con veinte años, en la cocina, intentando agarrar valor del aire, de donde sea. La ansiedad, las náuseas, las ganas de respirar. Entonces llega Paco, de dieciséis, la luz está apagada y cierra la puerta, me abraza porque de alguna forma se dio cuenta de lo que estoy pasando y me dice: “¡No te preocupes, Lucho, ya lo sabíamos, te queremos!”. Después, con un nudo en la garganta, les conté a los otros.
Esa clandestinidad que, a pesar de los logros que las luchas de décadas ha conseguido reducir, sigue siendo una realidad aterradora y fatal para la mayoría. Nunca salimos definitivamente, las personas presuponen nuestra identidad y nuestra orientación sexual cuando nos conocen, podemos empezar por cambiar eso. Cuando somos adolescentes es importante tener un aliado y no deja de serlo al volvernos adultos. El closet es una decisión muy obligada, nos protege de un mundo violento, nos hace inseguros, pero nunca debemos forzar a nadie a abandonarlo.
Destruirlo es una responsabilidad colectiva, desaparecerá en gran medida en el momento en el que haya una sociedad que pueda garantizar nuestra seguridad, que nos trate con dignidad y justicia. Los que podemos mostrarnos libres tenemos responsabilidad con los que, por su situación, no pueden. Por eso es importante decir que no somos ni queremos ser iguales. No buscamos encajar, con la mirada hacia el suelo y la cabeza baja, en una falsa tolerancia. No pedimos concesiones. Buscamos salir al mundo extraños como somos, ajenos y felices.
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